El purgatorio ¿realidad o mito?
La creencia católica en el purgatorio es lo que justifica las oraciones y misas por los difuntos. Sin embargo los protestantes rechazan esta doctrina, y además es uno de los pocos puntos doctrinales importantes en los que la Iglesia Católica Ortodoxa se muestra en descuerdo con la Iglesia Católica Romana. Sólo la Iglesia copta de Egipto comparte esta creencia; tanto ortodoxos como protestantes afirman que esta doctrina no tiene base bíblica ni existía en la Iglesia primitiva, sino que es un invento tardío de Roma. Veamos qué puede haber de cierto o equivocado en ello, pues el asunto es de capital importancia. Sin duda encontraremos más de una sorpresa y avisamos de que nos adentraremos en conceptos muy poco ordinarios, pero necesarios para comprender un tema tan fuera de nuestra experiencia como la realidad extra-física. Estos son los puntos que trataremos:
Contenido
QUÉ DICEN LOS CATÓLICOS
Según la Iglesia Católica el purgatorio es el estado de purificación que experimentan las almas salvadas pero imperfectas tras la muerte para poder experimentar la presencia de Dios “cara a cara”. El catecismo lo explica así:
Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama ‘purgatorio’ a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados. (Catecismo de la Iglesia Católica, 1030-1031)
La doctrina católica sólo establece tres ideas sobre el purgatorio:
- Que hay una purificación después de la muerte
- Que esa purificación implica algún tipo de sufrimiento
- Que Dios asiste a quienes pasan por ese trance en respuesta a las acciones de los que están vivos.
Toda discusión sobre el purgatorio debe centrarse únicamente en estos tres puntos, dejando a un lado la extensa literatura creada en torno al purgatorio en la Edad Media (incluido el libro de la Divina Comedia de Dante, que tanto influyó en la imagen popular del purgatorio hasta hace poco). Una cosa es la doctrina de la Iglesia y otra las creencias populares que se crearon a partir de esta doctrina, como considerar al purgatorio un lugar donde las almas padecen entre las llamas.

La oración por los muertos está establecida firmemente en la Iglesia primitiva. Lo vemos por las inscripciones en las esquelas, en las liturgias y en los textos de los primeros padres, como Tertuliano (años 155-225), que en “De corona militis” menciona las oraciones para los muertos como una orden apostólica y en “De Monogamia” (cap. X, P. L., II, col. 912) aconseja a una viuda “orar por el alma de su esposo, rogando por el descanso y participación en la primera resurrección”; además, le ordena “hacer sacrificios por él en el aniversario de su defunción” y la acusó de infidelidad si ella se negaba a socorrer su alma. Sólo el purgatorio justifica la utilidad de rezar por los muertos pues si al morir ya van derechos al cielo o al infierno de nada serviría rezar por ellos. Nuestras oraciones alivian y atenúan esa purificación haciendo el trance más llevadero.
¿Y qué ocurriría si nadie en la tierra rezara por los difuntos? La Comunión de los Santos es la unión espiritual de todos los miembros de la Iglesia, vivos o muertos, por lo tanto las almas del purgatorio no sólo se benefician de los rezos de los vivos, sino también de aquellos ya purificados en el cielo. Así pues, no les faltaría quien rezara por ellos, pero ¿qué clase de pobreza espiritual queda para aquellos que pudiéndoles ayudar cuando más lo necesitan no lo hacen por desinterés o pereza? Esa falta de caridad para con nuestros seres queridos sin duda nos sería tenida en cuenta.
Otra pregunta podría ser ¿Y si Fulano de Tal ha tenido un purgatorio rápido, sería inútil seguir rezando por él cuando ya está en el cielo? Puesto que el tiempo y el espacio son atributos de la materia, en el Más Allá no hay lugares ni tampoco un antes o después, por lo tanto podríamos considerar en cierto sentido que todo ocurre “a la vez”, y del mismo modo que la muerte de Jesús trajo la salvación a todos, presentes, pasados y futuros, también nuestras oraciones siempre pueden tener efecto aunque la purificación haya sido “rápida” y ya haya “pasado” (aunque de nuevo los conceptos de “rápido” y de “pasado” implican una idea de tiempo). Es la misma lógica que si tu hijo tarda demasiado y rezas diciendo: “Dios mío, que no le haya pasado nada” (oración por el pasado) y creemos que Dios nos puede escuchar, aunque en el caso de rezar desde la tierra por las almas del purgatorio es complicado hablar de “pasado” o “futuro”, pues allí no hay tiempo y no tiene sentido preguntarse si en este momento mi abuela está siendo purificada o está ya en el cielo, mas podemos tener la certeza de que en un mismo punto podemos rezar por su purificación como si estuviera ahora en el purgatorio y pedir su intercesión ante Dios como si ahora estuviera en el cielo, pues las oraciones que van allá entran en una dimensión atemporal y, por decirlo de alguna manera, se dirigen al “momento” para el que están destinadas, y cuando los santos rezan por nosotros, desde su atemporalidad pueden llegar a cualquier momento de nuestra existencia.

Complicado de entender ¿verdad? Claro, por eso Jesús, que hablaba a la gente en lenguaje sencillo, nos habló siempre del Más Allá usando unos parámetros espaciotemporales que nos pudieran permitir comprender conceptos que de otro modo son casi imposible de entender, y el mismo Magisterio de la Iglesia, dirigiéndose a sus fieles, ha presentado también sus enseñanzas usando parámetros espaciotemporales que la gente pudiera asimilar. Pero cuando necesitamos afinar mucho no hay más remedio que tener en cuenta esa ausencia de tiempo para deshacer aparentes paradojas.
Si pensamos en un Más Allá sin espacio ni tiempo entonces las preguntas Cuándo y Dónde no tienen sentido. El cielo y el infierno no serían lugares en donde las almas están, sino estados espirituales que el alma experimenta y la eternidad no sería un tiempo que nunca se acaba sino precisamente una ausencia de tiempo. En este esquema de cosas, el purgatorio sería la forma que Dios tiene de limpiarnos “antes de entrar en casa”. El hecho de que tradicionalmente se haya considerado el purgatorio como un lugar en donde las almas penan nosecuantos años en medio de llamas no es ningún error doctrinal, es sólo un recurso didáctico dado que el hombre es incapaz de concebir un proceso fuera del espacio y del tiempo.
Este proceso de purificación será más o menos intenso dependiendo de si hay más o menos mancha que purificar, así que cada persona sufrirá más o menos según el estado de su alma, pasando algunos por un estado muy similar al infierno mientras que otros estarán en un estado muy similar al cielo, junto con toda la gama intermedia. Esto mismo, visto desde una perspectiva espacio-temporal, era antes entendido como que el purgatorio era un lugar donde todas las almas sufrían el mismo fuego (padecimiento), pero unas estaban allí poco tiempo y otras mucho.
Esta idea de que fuera del mundo físico no existe el tiempo la estableció en la ciencia Einstein con su Teoría de la Relatividad, pero en teología ya lo dejaron bien claro muchos siglos antes grandes teólogos católicos como San Agustín o Santo Tomás, aunque la gente de entonces (incluso la de ahora) prefiere seguir pensando en términos espaciotemporales al hablar del Más Allá, lo cual produce inevitablemente todo tipo de paradojas relacionadas con todo tipo de inexistentes dónde y cuándo. Una consecuencia importante es que, si allí no hay tiempo, desde una perspectiva terrenal sería verdadero decir, como decimos, que al morir somos juzgados y vamos al cielo o al infierno, pero también sería igual de verdadero decir que no somos juzgados hasta el final de los tiempos, cuando todos llegamos al Juicio Final, pues allá no hay tiempo de espera, todo es instantáneo, o más precisamente, todo es atemporal, no hay ni esperas, ni antes ni después.

También el sufrimiento que encontramos en esta vida ayuda a purificarnos, pues el dolor nos ayuda a madurar y crecer; es por eso que la Iglesia afirma que el purgatorio no sólo se da tras la muerte, sino también en esta vida, pues el proceso de maduración comienza cuando nacemos, y lo que nos falte por madurar al morir tendremos que completarlo allí luego; el cielo no es lugar para pecadores. Dicho de una forma más positiva, y utilizando el antiguo concepto de purgatorio espaciotemporal, que es más fácil de entender: si nuestras deficiencias necesitan de 10 años de purgatorio para alcanzar el cielo y en este mundo pasamos por sufrimientos equivalentes a 6 años, eso quiere decir que cuando muramos ya sólo nos quedan 4 años de purgatorio (si se nos entiende la metáfora). Por ese mismo motivo es posible incluso rezar hoy por nuestra propia purificación, lo que nos ayudará a facilitar nuestra purificación tanto ahora en la tierra como en nuestro purgatorio tras la muerte. El caso es que para un católico encontrar sentido positivo al sufrimiento es más sencillo precisamente porque cree en el purgatorio y en su capacidad de purificación.
Puesto que en el purgatorio no podemos hablar de tiempo, es quizá inevitable criticar la idea de que ciertas indulgencias (rezos, privaciones, buenas obras, etc.), al igual que los rezos y misas, pueden acortar la duración del purgatorio en tantos días o años, pues si no hay tiempo, tampoco hay tiempo que acortar. Pero en realidad esta creencia popular de que se puede acortar la duración del purgatorio es errónea. Se basa en que antiguamente las indulgencias se medían en término de días, cuarentenas (40 días) o años. Pero esto no quería decir que el purgatorio se acortaría en ese número de días, sino que tales indulgencias equivalían a esa duración en penitencia canónica por parte del cristiano vivo, o sea, una indulgencia de 40 días tiene el mismo mérito que una penitencia canónica de cuarenta días de duración (no a reducir el purgatorio del difunto en cuarenta días). Cuando se pasó la costumbre de establecer penitencias canónicas de duración determinada, la gente dejó de saber qué era exactamente una indulgencia de 40 días, etc. y lo empezó a interpretar erróneamente como días de reducción del purgatorio. Un ejemplo de tal incomprensión es un pergamino de oraciones del monarca inglés Enrique VIII que decía “reza 5 padrenuestros, 5 avemarías y un credo…” para reducir el purgatorio en “52.712 años y 40 días de perdón”. Esta idea descabellada (¿y cómo sacaron tan exacto cómputo de días?) junto con la vergonzosa práctica a la que recurrió la Iglesia Católica de la época vendiendo indulgencias fue una de las cosas que favorecieron la ruptura protestante y lo que motivó que en el Concilio de Trento se pusiera fin a esta práctica. Nuestras oraciones alivian el proceso, pero estrictamente hablando no es correcto decir que lo abrevian, porque para eso tendría que tener duración.
Retorciendo más la situación podríamos preguntarnos que si el proceso de purificación debe limpiarnos de todo resto de mal ¿por qué nuestras oraciones pueden aliviar el proceso? ¿acaso lograrían que ese “fuego” purificase menos para “doler menos”? No sabemos en qué modo hace Dios que nuestras oraciones causen efecto, pero todos sabemos que en tiempos de dolor, el cariño, compañía y apoyo de nuestros seres queridos hace que el sufrimiento sea mucho más llevadero. Tal vez sea ese el efecto que nuestras oraciones causan en ellos, pero sea como sea está claro que sufrir en soledad es un trance mucho más doloroso, y nosotros no debemos permitir que nuestros hermanos padezcan allá en soledad.

El purgatorio no debe ser visto tampoco (como a menudo se decía en la Edad Media) como un castigo de Dios por nuestros pecados, sino como una inevitable consecuencia del pecado en donde Dios nos ayuda para poder ser dignos del cielo. Aunque antiguamente solía hablarse del purgatorio como una fase de tormento e incluso de fuego, no faltaron voces como las de Santa Catalina de Génova que escribió todo un tratado explicando la dicha de estar en el purgatorio, pues tenemos la seguridad de estar preparándonos para la entrada en el Paraíso, aunque al mismo tiempo, la plena consciencia del daño causado por nuestros pecados nos produciría una profunda pena. Ella veía el purgatorio como un moderno tratamiento de psicoanálisis en el que el paciente va curándose, mejorando, preparándose para ser más feliz, pero a través de un proceso doloroso en el que uno se enfrenta a su verdadero ser y sus faltas. No sería, pues, un castigo, sino una cura. El mismo papa actual Benedicto XVI, en 2011, recordó y elogió esta visión de la santa añadiendo además que “el amor hacia Dios se convierte en una llama, un amor que purifica [el alma] de los residuos del pecado».
QUÉ DICEN LOS ORTODOXOS

Si con los ortodoxos compartimos la Biblia y también la Tradición ¿por qué ellos no creen en el purgatorio? Hay que recordar que además de la Biblia y la Tradición Jesús dotó a la Iglesia de un tercer soporte para evitar que cayera en el error: el primado de Pedro. Cuando los ortodoxos rechazaron el papado perdieron al árbitro capaz de evitar cualquier error de interpretación de Biblia y Tradición, es por eso que los ortodoxos, con una fe en casi todo igual a la romana, en algunos puntos se han apartado de ella. Veamos qué es lo que los propios ortodoxos nos dicen sobre el purgatorio (según hallamos en iglesiaortodoxa.org.mx):
La iglesia Católica Romana enseña que las almas, después de la muerte terrenal, van a dar a un lugar llamado “Purgatorio“, donde se limpian (“purgan” de ahí el nombre) de sus pecados leves sufriendo algunos tormentos, y que después de este “lavado espiritual” entran al Paraíso.
La Iglesia Ortodoxa cree que las almas después de la muerte esperan el Juicio Final, en un lugar que no es el Paraíso ni tampoco el Hades.
Cuando el Buen Ladrón dijo a Jesús, que estaba sobre la Cruz: “Acuérdate de mí, Señor, cuando vengas en tu Reino”, oyó la respuesta de Cristo: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. No le dijo “Espérate en el purgatorio y después de tu purificación llegarás al Paraíso”, ni nada semejante.
Esa cita es la que los ortodoxos suelen usar siempre para demostrar que la doctrina del purgatorio contradice la Biblia, pero en realidad esta cita no plantea absolutamente ninguna dificultad. Los ortodoxos, al ofrecerla como prueba, están considerando que en el cielo existe espacio y tiempo, lo cual ya hemos visto que no es cierto. El purgatorio no es, como se supone ahí, un lugar de espera, sino un proceso de purificación. Ese proceso será más o menos intenso dependiendo de cuánto haya que purificar, pero lo que no podemos decir estrictamente hablando es que durará mucho o poco, sino que será más o menos intenso. Puesto que en el Más Allá no hay tiempo, el proceso será, por decirlo de alguna manera, “instantáneo”. Cuando Jesús le dice al ladrón “Hoy”, lo está diciendo con respecto a este mundo en el que aún están, y lo que quiere decir es que en cuanto ambos mueran (hoy, no mañana ni al final de los tiempos, sino en cuanto mueran) irán los dos al cielo. Eso no quita para que antes de entrar en casa tengas que limpiarte, pero ese proceso de limpieza no significa tiempo de espera pues tiempo ya no hay. Pero igualmente la cita contradice lo que acaban de decir, pues si tras morir las almas esperan hasta el Juicio antes de entrar al cielo, no tendría tampoco sentido que Jesús les dijera que “Hoy” estaría con él en el Paraíso (recordemos que en la cita anterior se nos dicen que al morir las almas esperan en un lugar que “no es el Paraíso ni el hades”). Por lo tanto la cita que dan los ortodoxos no niega el purgatorio, pero sí niega la idea ortodoxa de que las almas se quedan en algún sitio esperando el Juicio Final o la idea protestante de que se quedan en algún sitio durmiendo hasta entonces. Esa cita dice que al morir podemos ir al cielo o al infierno, no nos quedamos esperando.
Los ortodoxos, que comparten la misma Tradición antigua que los católicos, rezan por sus muertos, así que no se comprende bien por qué han seguido rezando por los difuntos si es que han abandonado la creencia en un proceso de purificación tras la muerte. Pero en realidad sus oraciones a los difuntos demuestran que en el fondo sí creen en ello. Al carecer de la guía del papa, que hace que la Iglesia hable con una sola voz, podemos encontrar explicaciones ortodoxas que difieren parcialmente entre sí, pero veamos ahora qué nos explica un obispo ortodoxo, Alexander, sobre este asunto para poder entender mejor qué creen los ortodoxos que ocurre tras la muerte.
Extracto del Folleto Misionero Nº S17 de la Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santa Protección, Los Angeles, California, por el Obispo Alexander (Mileant):
La muerte física trae el resultado de la vida de la persona, presentándose su alma para rendir ante Dios y para recibir el premio o el castigo. Pero este juicio inmediato después de la muerte no es un juicio definitivo, ya que es enjuiciado solo el alma, sin el cuerpo. Sobre la existencia del juicio previo el Apóstol San Pablo escribía. «Está establecido que los hombres mueren una sola vez y luego el juicio» (Hebreos 9:27).
Al finalizar el mundo, después de la resurrección de todos los muertos, se va a realizar para todos el Juicio Final en el cual Dios va a juzgar a todas las personas al mismo tiempo. Entonces cada persona, ya con su cuerpo resucitado, recibirá su eterno premio o su eterno castigo.
Sobre el estado del alma después del Juicio Particular, la Iglesia Católica Ortodoxa enseña así:
«Creemos, que las almas de los muertos se regocijan o sufren según sus obras. al separarse de sus cuerpos, ellas inmediatamente van hacia la alegría, o hacia las penas y el sufrimiento: o sea no sienten ni el bienestar total, ni el total sufrimiento, ya que el total bienestar o el total sufrimiento cada uno lo recibirá después de la resurrección de todos, cuando el alma se una con el cuerpo, en el cual vivió virtuosamente, o viciosamente (Epístolas de los Patriarcas Orientales sobre la fe ortodoxa, 18).
De esta manera, existen dos estados después de la muerte, uno para las almas virtuosas – en el paraíso, otro para las almas pecadoras – en el infierno. la Iglesia Ortodoxa no reconoce la enseñanza de los Católicos Romanos sobre el estado intermedio del purgatorio. los Padres de la Iglesia al nombrar la «Gehena» se refieren al estado después del juicio final, cuando la muerte y el Hades serán arrojados al lago de fuego (Revelacio 20:15).
Mientras la persona está viva, Dios le da la posibilidad de arrepentirse y cambiar sus faltas. Después de la muerte se le quita la posibilidad del arrepentimiento aunque, no significa que al morir la persona y no corresponderle el Paraíso, va a ser condenada al tormento eterno.
Hasta el juicio final los tormentos de los pecadores en el infierno son temporarios (sic) y pueden ser aliviados y hasta sacados por las oraciones de las personas creyentes y de la Iglesia (Epístolas de los Patriarcas Orientales). Las oraciones por los difuntos siempre les traen beneficio y ayuda. Si ellos no fueran dignos del paraíso, estas oraciones les alivian su situación después de la muerte, pero si ellos se encuentran en el paraíso, estas oraciones los alegran y los iluminan más todavía.
[…]
Nosotros creemos que las almas de los hombres caídos en los pecados […] descienden al infierno y soportan allí los castigos por sus pecados, aunque no pierden la esperanza de obtener alivio o liberación de los mismos. Pero ¿con que medios? Naturalmente, no por sus propios esfuerzos y méritos, ya que en la vida venidera no estarán en condiciones de hacer algo bueno, digno de la compensación de sus pecados, sino gracias a las oraciones de la Santa Iglesia, o sea, sus servidores además de los allegados y amigos, quienes pudieran hacer obras buenas por ellos. De modo que solamente por nosotros pueden alegrarse, obtener alivio y hasta completa liberación de las ataduras del infierno todos nuestros parientes ya partidos a la eternidad, con tal que al ser pecadores no se han abnegado su fe hasta sus postrimerías, siempre cifrando su esperanza en la misericordia del Señor (Plat. Espir. 1873). […] Con ayuda de estos medios, las almas encerradas en el infierno pero no desprovistas de la capacidad para la vida paradisíaca, que todavía incluyen la levadura del bien y la tendencia para poseerlo, no obstante de la falta de obras buenas, pueden transitar desde la prisión espiritual a las moradas celestiales.
Según lo que acaba de decir este obispo, los ortodoxos creen que al morir el alma se separa del cuerpo y va al Más Allá, en donde tiene un Juicio personal, de modo que tras la muerte van al cielo o al infierno (en contra de lo que nos decían los ortodoxos en la cita anterior), pero por estar incompletos (el ser es cuerpo y alma y les falta el cuerpo), gozarán de la dicha o el padecimiento de forma incompleta. Y allí estarán hasta el fin de los tiempos, cuando se celebrará el Juicio final y todos seremos juzgados a la vez, resucitados (añadiendo cuerpo a nuestra alma) y entonces sí viviremos las dichas o padecimientos de forma completa.

La idea es que entre ese Juicio personal y el Juicio Final pasará cierto tiempo en el cual las almas que no sean puras irán al infierno (pues no pueden entrar al cielo). Pero en ese infierno hay almas realmente malvadas y almas con posibilidades de salvarse. Nuestras oraciones pueden ayudar a aliviar sus sufrimientos (lo que no encaja con las palabras de Jesús en Lucas 16:24-25) y, en el caso de las que tienen posibilidades, ayudar a que se purifiquen de modo que cuando llegue el Juicio Final sean declaradas puras y listas para el cielo. Esto presupone aceptar que en el Más Allá hay tiempo y por tanto entre la muerte, con su Juicio particular, y el Juicio Final pasarán ciertos años (¿de dónde sacan esa extraña idea de que seremos juzgados dos veces?). En cualquier caso, dando por buena esa idea de tiempo y de espera, ¿acaso no están definiendo una fase de purgatorio en la que los casi justos se preparan para poder quedar puros y así entrar luego al cielo? Ellos lo explican de otra forma y se aferran más al concepto de tiempo, pero en el fondo admiten que al morir algunos estarán eternamente en el infierno, otros eternamente en el cielo y otros estarán temporalmente en el infierno mientras son purificados. Pues esa especie de «infierno temporal» es en lo básico lo que los católicos llaman purgatorio.
QUÉ DICEN LOS PROTESTANTES
Lo que Lutero opinaba sobre el purgatorio lo explica muy bien Juan Rosanas S.J. en su libro “El Purgatorio (Tratado Dogmático)”, y de allí tomamos esta síntesis sobre la visión protestante.

Lutero en sus tesis del año 1517 arremete contra las indulgencias, mas no ataca aún el purgatorio. En 1519 declara firmemente creer “en los sufrimientos de las pobres almas a las cuales se debe socorrer con ruegos, ayunos, limosnas y otras buenas obras”. Mas ya en sus cartas privadas se trasluce que su doctrina sobre la justificación por la fe y sobre la inutilidad de las obras buenas, no le permite seguir defendiendo una expiación de los pecados. En la disputa de Lepizig con Juan Eck, obligado por éste a declarar si admitía aún el purgatorio, Lutero respondió que la Escritura no dice una palabra de él. Si se le opone el texto del 2º Libro de los Macabeos se contenta con rechazarlo, alegando que los dos libros de los Macabeos son contados por error en el canon de la Escritura. A medida que su popularidad aumenta toma una posición más definida. En su “De abroganda missa” (1524) enseña abiertamente que no se engaña negando el purgatorio. En los artículos de Esmalcalda se establece definitivamente la doctrina negativa de Lutero. En adelante, Lutero no hablará del purgatorio sino para mofarse de él.
De este modo Lutero, que en principio no negó el purgatorio, terminó por rechazarlo, y hoy en el Pequeño Catecismo de Lutero con explicaciones (Concordia Publishing House, 1991) se pregunta «¿Por quién deberíamos rezar?», respondiéndose «Deberíamos rezar por nosotros mismos y por todos los demás, incluidos los enemigos, pero no por las almas de los muertos«.
Puesto que se basan en la doctrina de la Sola Scriptura, todas las corrientes protestantes han enfatizado siempre el hecho de que la Biblia no habla nunca del purgatorio (lo mismo que afirman los ortodoxos), lo cual demostraría claramente que tal cosa no existe. El pensamiento de Zuinglio está expresado en las tesis de 1523, de las cuales la 57ª dice: “La verdadera Escritura no conoce ningún purgatorio después de esta vida”. El artículo vigésimo tercero de los cuarenta y dos de la Confesión anglicana de 1522, reza: “la doctrina de los escolásticos sobre el purgatorio, las indulgencias, la veneración y adoración de las imágenes, las reliquias y también la invocación de los santos es una cosa fútil, vanamente fingida, que no se funda en ningún testimonio de las Escrituras y contraría perniciosamente la palabra de Dios”.

Un argumento, sin embargo, les es molesto: la práctica de la oración por los difuntos desde los primeros tiempos de la Iglesia, a lo cual responde Chemnicio, “que ello no era porque se creyese en los tormentos sufridos de los cuales los difuntos serían liberados por nuestros sufragios; sino que era únicamente para la formación moral de los vivos, para su aliento, para su consuelo” [aunque muchos testimonios de los primeros siglos contradicen de plano esta interpretación calvinista]. Y esa misma idea la repiten otros padres fundadores siguiendo la estela de Calvino cuando explica que si Judas Macabeo pidió a los suyos orar por los muertos no era por beneficio de los difuntos, sino para que los vivos cobrasen estima de los que habían caído.
No faltan teólogos protestantes que se esfuerzan para encontrar una solución media entre la fe católica y la negación demasiado radical de los luteranos rígidos. Muchos admiten el infierno eterno y rechazan el purgatorio; pero aceptan, con todo, un nuevo tiempo de prueba en la otra vida, y es posible que este tiempo dure hasta el juicio universal [lo cual sería básicamente lo mismo que defienden los ortodoxos, es decir, un purgatorio aunque no lo nombren]. Algunos llegan hasta a afirmar que las oraciones de los vivos pueden aliviar a los muertos en este tiempo de prueba.
Por último está la Iglesia Anglicana, que en los últimos tiempos ha visto cómo una parte significativa de sus parroquias han reestablecido las misas por los difuntos al estilo católico, asumiendo así de nuevo la doctrina del purgatorio.
QUÉ DICEN LOS JUDÍOS

Puesto que protestantes y ortodoxos afirman que el purgatorio es un concepto inventado por Roma en la Edad Media y Roma dice que esa idea ya estaba en la Antigua Alianza, sería interesante averiguar qué opina el judaísmo del purgatorio. Eso mismo se preguntaron en construyen2.blogspot.com y esto es lo que descubrieron:
El Rabino David Ben Israel explica la creencia judía: “el purgatorio es el lugar a donde son enviadas las almas de aquellos que pecaron. Existen allí siete niveles bien definidos, en los cuales se hospedarán las almas de los pecadores de acuerdo con la gravedad de las faltas cometidas. Este purgatorio es un lugar que permite a las almas purificarse, para luego poder ingresar al Jardín del Edén y disfrutar de las excelencias que allí hay. La cantidad de tiempo que deberá permanecer el alma en este sito purificador depende de las faltas cometidas. Algunos deberán quedarse por espacio de treinta días, otros sesenta, noventa, seis meses, o un año. (Tana Dbei Eliahu 3: 3)”. Purgatorio en hebreo se llama «Gueinom» ò “Gehena”. Según el centro de estudios judíos “Tora Emet” de acuerdo al Talmud el proceso de purificación dura a lo más 11 meses. Por esa razón los judíos acostumbran a decir el Kaddish (oración de duelo) por 11 meses, después de este proceso de purificación el alma se eleva.
Termino con la paráfrasis de la respuesta que dio el rabino Jag Urim Sameaj a un joven judío cuando se cuestiona la similitud entre ambas creencias en torno al purgatorio; “el hecho de que el cristianismo tenga similitud con la Tradición judía no me sorprende, ¿acaso ellos no usan el Tanaj y lo llaman Antiguo Testamento?, o ¿No eran sus apóstoles judíos de nacimiento y estaban circuncidados según las leyes de Moisés?, cuando ellos en sus concilios se refirieron al purgatorio deben saber que nosotros nos referíamos a él con anterioridad porque es parte de la revelación que recibimos siglos atrás. En parte está bien que adopten a Abraham, Moisés, a otros profetas y creencias judías como propias, por algo Israel es llamado el pueblo escogido”.
En el libro de Enoc, escrito judío del siglo II a.C., se describe el cielo, el infierno y el purgatorio. Este libro no forma parte del canon bíblico aunque en los primeros siglos muchas iglesias lo incluyeron en sus biblias, pero sí nos sirve como testimonio de que la creencia en el purgatorio ya tenía solidez antes de Jesús, y el hecho de que buena parte de los cristianos primitivos aceptaran el libro de Enoc prueba que no consideraban la idea del purgatorio como un error doctrinal. En el libro de Enoc hallamos cosas como la siguiente:
“Entonces pregunté: «¿Por qué pecado están encadenadas y por qué motivo han sido arrojadas acá?». Uriel, el Vigilante y el Santo que estaba conmigo y me guiaba, me dijo: «Enoc, ¿por qué preguntas y te inquietas por la verdad? Esta cantidad de estrellas de los cielos son las que han transgredido el mandamiento del Señor y han sido encadenadas aquí hasta que pasen diez mil años, el tiempo impuesto según sus pecados.” (Enoc 21:4-6)
Esta cita de Enoc es otra prueba importante frente a aquellos que acusan a la Iglesia de haberse inventado la idea del purgatorio siglos después de Cristo. No fue una invención, la idea de un padecimiento temporal para expiar culpas antes de entrar en el cielo la encontramos en el judaísmo dos siglos antes de Cristo como mínimo, tal como vemos en Enoc. También lo encontramos en otro libro apócrifo judío escrito en el siglo primero:
Entonces Set vio la mano de Dios que se extendía hacia la celebración de Adán y él lo entregó a Miguel, diciendo: «Debe estar a tu cargo hasta el día del Juicio, hasta los últimos años cuando voy a convertir su dolor en alegría. Entonces él se sentará en el trono que tiene preparado.» (El libro de la vida de Adán y Eva, XLVIII)
EL PURGATORIO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Si como afirma el rabino Jag Urim, el purgatorio es una doctrina judía de siempre, deberíamos encontrar menciones al mismo en el Antiguo Testamento. Y, efectivamente, allí encontramos pasajes que directa o indirectamente aluden al proceso de purificación que Dios regala a las almas que lo necesiten.
- “Muchos serán purificados, emblanquecidos y refinados; los impíos procederán impíamente, y ninguno de los impíos comprenderá, pero los entendidos comprenderán.” (Daniel 12:10)
- “A este tercio lo meteré en el fuego, lo fundiré como se funde la plata, lo probaré como se prueba el oro. Él invocará mi nombre, y yo lo oiré. Yo diré: ‘Pueblo mío’. Él dirá: ‘Yahveh es mi Dios’.” (Zacarías 13:9)
- Malaquías 3:2-1, hablando del día del Señor (el Juicio Final) dice: “porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán a Yahvé ofrenda en justicia”.
- Salmos 86:13, “Porque tu misericordia es grande para conmigo, y has librado mi alma de las profundidades del infierno”. En la Biblia se utilizan varias palabras que suelen ser todas traducidas por “infierno” (gehena, sheol, hades…), sobre todo hasta hace poco. En las versiones actuales es más normal ver este verso traducido como “… Y has librado mi alma de las profundidades del Seol”. El “sheol” para los israelitas no era un lugar de castigo, sino simplemente la morada de los muertos, y los judíos de los tiempos de Jesús creían firmemente que, tal como dice este salmo, era posible rescatar las almas del sheol, por eso consideraban una obligación rezar por los difuntos, incluso podían ofrecer sacrificios (en el templo) por los difuntos, tal como también hoy hacen los católicos al rezar y ofrecer el sacrificio de la misa por los difuntos.
- 2 Macabeos 12:46, “Por eso mandó hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado”. En este pasaje vemos claramente que los judíos creían en la posibilidad de ayudar a los muertos, y un poco antes, en 2 Macabeos 12:42, hablando a cerca de los mismos soldados muertos en pecado, nos dice de los sobrevivientes: “y pasaron a la súplica, rogando que quedara completamente borrado el pecado cometido [por los muertos]”. Por lo tanto también aquí vemos reflejada la creencia en un proceso de purificación, y sigue 2 Macabeos 12:44 “Pues de no esperar que los soldados caídos resucitaran, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos.” En esa época creían que sólo los justos resucitarían, así que aquí se está hablando de unos soldados muertos en pecado y de cómo sus compañeros rezan por ellos y hacen sacrificios en su honor para que cuando llegue el momento de la resurrección “quedaran liberados del pecado”, o sea, para que sean purificados, purgados de toda culpa y puedan así ser dignos de resucitar y “entrar” en el cielo. Puesto que las almas del infierno no tienen remedio ni intercesión, tal como vemos también en la parábola de Lázaro y el rico Epulón (Lucas 16:19-31), estas oraciones de Judas Macabeo solo tienen sentido si esos muertos se encuentran en el purgatorio, por eso ruegan a Dios pidiendo que borrara sus pecados completamente, y a ese proceso de borrado es a lo que los católicos llamamos Purgatorio. [Los protestantes no aceptan la canonicidad del libro de Macabeos, pero aun así, sirve esto de testimonio para demostrar que la creencia en la Comunión de los Santos, el Purgatorio y las oraciones y misas por los difuntos no son un invento medieval de la Iglesia Católica sino creencia existente desde antes de Jesús].
Según las Iglesias Católica y Ortodoxa, Jesús tras morir descendió a los infiernos para salvar las almas de los justos. Esta creencia, además de venir de la Tradición, aparece también de pasada en la Biblia cuando Pedro en su carta 3: 19-20 dice “en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados”, en Hechos 2:27 y 31 se dice que el infierno no fue capaz de retener a Cristo (luego estuvo allí). Si el infierno es un estado irreversible, Jesús sólo pudo salvar las almas del purgatorio, por lo que de nuevo nos encontramos con una mala traducción que llama “infierno” a lo que en realidad es “purgatorio”. Lo que los judíos llamaban “sheol” y el Nuevo Testamento griego llama “hades”, los católicos llamamos “purgatorio”.
EL PURGATORIO EN EL NUEVO TESTAMENTO
Pero el purgatorio no es sólo una doctrina judía del Antiguo Testamento, también es una doctrina cristiana del Nuevo Testamento. Según afirman protestantes y ortodoxos, en la Biblia se habla del cielo y del infierno y de nada más. Al morir y pasar el Juicio, las almas son salvadas y van al cielo, o son condenadas y van al infierno, pero no se menciona ningún otro sitio al que puedan ir. Lo vemos bien claro por ejemplo en estas palabras de Jesús en el Juicio:

“Él entonces les responderá, diciendo: «En verdad os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de los más pequeños de éstos, tampoco a mí lo hicisteis. Y éstos irán al castigo eterno, pero los justos a la vida eterna.” (Mateo 25:45-46)
Como ya hemos comentado, los católicos también creemos eso mismo, que tras la muerte sólo podremos ir al cielo o al infierno, o afinando más, sólo podremos vivir en un estado de dicha o de padecimiento. El purgatorio no es un tercer estado sino un proceso, del mismo modo que el Juicio no es un estado ni un lugar, sino un proceso. Pero puesto que protestantes y ortodoxos niegan la existencia de ese proceso de purificación (aunque ya hemos visto que los ortodoxos en realidad no lo niegan), veamos en qué se basa la Iglesia católica cuando afirma que el proceso de purificación se encuentra bien definido también en el Nuevo Testamento
Sólo lo puro puede entrar en el cielo. Esta es una verdad que está claramente expresada en la Biblia cuando habla de la Nueva Jerusalén, el Paraíso del cielo:
«Y nada impuro entrará en ella: ningún depravado, ningún embaucador; tan sólo los inscritos en el libro de la vida del Cordero.» (Apocalipsis 21:27)
Juan nos dice que todos somos pecadores.
«Si alardeamos de no cometer pecado, somos unos ilusos y no poseemos la verdad.» (1 Juan 1:8)
Y la Iglesia reconoce que hasta los declarados santos son personas que han pecado (salvo María, que obtuvo esa gracia de Dios Lucas 1:47) así que por mucho que nos esforcemos, nuestra naturaleza imperfecta, junto con nuestro pecado original de nacimiento, nos lleva a pecar. Por lo tanto, salvo los mártires, que lavan con su sangre sus pecados (Apocalipsis 7:14-15), difícilmente puede nadie llegar a Dios en estado de total pureza.
«Así pues, por medio de un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte, y así la muerte pasó a todos porque todos pecaron.» (Romanos 5:12)
«En verdad, soy malo desde que nací; soy pecador desde el seno de mi madre.» (Salmos 51:5)
Los pecadores malvados irán al infierno, en eso estamos todos los cristianos de acuerdo.
«Luego dirá a los de su izquierda: Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles» (Mateo 25:41)
Pero también Juan nos dice que no todos los pecados son igual de graves. Hay pecados mortales, que causarán nuestra condenación eterna, y pecados veniales, que no nos llevarán al infierno.
«Hay hermanos que cometen pecados que no llevan a la muerte. Debemos orar por ellos para que Dios les dé la vida. Pero sólo si se trata de pecados que no llevan a la muerte. En cambio, no mando rogar por quien comete el pecado que lleva a la muerte.» (1 Juan 5:16-17)
Así que todos hemos nacido pecadores, y en viviendo todos pecamos, pues todos somos imperfectos. Pero dentro del pecado hay pecados que nos llevarán al infierno y pecados que no. Esto crea un conflicto. Si yo soy pecador pero no tengo pecados mortales que me condenen, no puedo ir al infierno, pero como para entrar al cielo tengo que ser puro, es decir, espiritualmente perfecto, sin mancha, tampoco puedo ir al cielo. Así que ¿dónde me quedo? La respuesta nos la da también la Biblia:
«Desde luego, el único cimiento válido es Jesucristo, y nadie puede poner otro distinto. Pero sobre ese cimiento puede construirse con oro, plata y piedras preciosas, o bien con madera, paja y cañas. El día del Señor pondrá de manifiesto el valor de lo que cada uno haya hecho, pues ese día vendrá con fuego, y el fuego pondrá a prueba la consistencia de lo que cada uno haya hecho. Aquel cuyo edificio, levantado sobre el cimiento, se mantenga firme, será premiado; aquel cuyo edificio no resista al fuego, será castigado. A pesar de lo cual, él se salvará, si bien como el que a duras penas escapa del fuego.» (1 Corintios 3:11-15)

San Pablo nos habla de los cristianos justos, los que han construido su vida sobre el cimiento de Cristo. Según protestantes y ortodoxos -también los católicos- estos cristianos justos se salvarán, pero aquí Pablo no presenta esa salvación como algo automático. En el Juicio serán pasados por “el fuego”, pero no el fuego eterno que da tormento a los condenados en el infierno, según vimos antes, sino un fuego temporal cuyo fin es probar la calidad de nuestra alma. Los habrá que pasen por el fuego indemnes y vayan directamente al cielo (“será premiado”), pero dentro de los justos los habrá también que sean hallados con falta, con mancha, es decir, impuros. Y aún así no tan impuros como para merecer el infierno. Éstos, dice San Pablo, “serán castigados, a pesar de lo cual se salvarán”, es decir, sufrirán algún tipo de tormento pero no será un tormento eterno sino temporal, pues después irán al cielo, “si bien como el que a duras penas escapa del fuego”.
Este “fuego” que quema todas nuestras tachas es un fuego purificador, no de tormento. Elimina todas nuestras impurezas de manera que quedemos totalmente puros, y podamos así entrar al cielo, en el cual, como vimos antes, “nada impuro entrará”. Pues bien, a ese proceso de purificación, o dicho de otro modo, a ese proceso de purga, es a lo que la Iglesia Católica llamó “purgatorio”. Tal vez hoy en día hubiera preferido llamarlo “purificatorio”, pues la palabra “purgar” en ese mismo sentido se usa ya poco.
Afirmar que unos van al infierno y otros al cielo y al mismo tiempo afirmar que el purgatorio no existe equivale a ignorar las palabras de San Pablo cuando nos explica claramente y sin ambigüedad que dentro de los que se salvarán, unos irán directamente al cielo y otros necesitarán antes sufrir un tanto para limpiar todo resto de pecado que les permita alcanzar esa purificación necesaria para presentarse ante Dios.
Hemos visto pues cómo Juan nos dice en el Apocalipsis que nada impuro puede entrar en el cielo y también vimos la extensa explicación que nos dio San Pablo en 1 Corintios 3:11-15 en donde explica que los justos que se salvan podrán sufrir un proceso de purificación antes de quedar totalmente puros. Esas son las dos citas que se utilizan normalmente cuando alguien quiere encontrar en la Biblia una referencia al purgatorio, y en verdad con estas dos citas basta y sobra, pues describen el proceso y la causa con total claridad. Pero no son las únicas referencias claras al purgatorio que podemos encontrar en el Nuevo Testamento, hay más.
«¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo de tu deuda».» (Lucas 12:57-59)
Esa cárcel de la que Jesús habla metafóricamente no puede ser el infierno, pues de allí no se puede salir, así que debe de existir otro lugar en donde se cancele esa deuda, es decir, Jesús se está refiriendo a otra cárcel, temporal, en donde estaremos hasta quedar limpios de culpa.
Jesús nos habla del cielo usando parábolas. En una de esas parábolas sobre el Juicio y el cielo Jesús compara el cielo con alguien que pide que le perdonen su deuda al tiempo que él se niega a perdonar la de otros. Eso enfurece a su señor, pero aun así Jesús nos muestra que existe una manera de pagar por ello y saldar así la deuda.
“Y tanto se enojó el señor, que lo puso en manos de los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Y Jesús añadió: «Lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, a no ser que cada uno perdone de corazón a su hermano»” (Mateo 18:34-35).
Esta parábola es la que enlaza con la misma idea de la oración que nos enseñó Jesús, que en su versión antigua decía «y perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Lo que Jesús nos dice en esa parábola del funcionario que no quiso perdonar es que debemos perdonar para que Dios nos perdone… pero si no lo hacemos, sufriremos «hasta pagar toda la deuda». No dice eternamente, sino sólo hasta quedar limpios, y por tanto preparados para entrar en el cielo.
En esta otra cita del Apocalipsis nos cuenta que unos entrarán en el cielo inmediatamente pero otros entrarán más tarde. Esto apunta de nuevo a una especie de situación intermedia, unos van directamente al cielo, otros tienen que “esperar” (el uso del tiempo en el Apocalipsis es siempre simbólico):
Ellos revivieron y reinaron con Cristo durante mil años. Esta es la primera resurrección. Y los demás muertos no pudieron revivir hasta el cumplimiento de esos mil años. (Apocalipsis 20:4-5)
Otra cita importante cuando San Pablo compara a los de la Antigua Alianza, que tenían prohibido acercarse a Dios al monte Sinaí, donde dio a Moisés las Tablas de la Ley, con los cristianos de la Nueva Alianza, que son llamados con Dios al Monte Sión de la Nueva Jerusalén, al cielo, y se lo dice con estas palabras:
Vosotros, en cambio, os habéis acercado a la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, a la asamblea de los primogénitos cuyos nombres están escritos en el cielo. Os habéis acercado a Dios, que es el Juez del universo, y a los espíritus de los justos que ya han sido hechos perfectos, a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza, y a la sangre purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel. (Hebreos 12:22-24)
Note que se habla de los justos que han sido hechos perfectos, no de todos los justos. Es una cita tan clara que en las traducciones protestantes se intenta traducir el pasaje de una forma aparentemente equivalente, como por ejemplo en la versión de “La Palabra”, donde lo traduce como: “a los espíritus de los que, habiendo vivido rectamente, han alcanzado la meta”. En esta traducción se trata de las almas de aquellos que han vivido de forma justa y por eso han llegado al cielo. Pero lo que dice el original no es eso sino: «πνεύμασι δικαίων τετελειωμένων (pneumasi dikaion tetelieomenon)», que literalmente significa: «a espíritus de justos que han sido perfeccionados«. Esa forma verbal pasiva implica que la perfección no fue alcanzada por ellos mismos, sino que alguien o algo les hizo perfectos. Evidentemente ese alguien no puede ser sino Dios, que a los justos los hace perfectos mediante ese proceso que los católicos llamamos Purgatorio.
Por último, hay otra ocasión en la que Jesús habla de la posibilidad de que Dios nos perdone los pecados después de la muerte.
«Dios perdonará incluso a aquel que diga algo contra el Hijo del hombre; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no lo perdonará ni en el mundo presente, ni en el venidero«. (Mateo 12, 32)
Tras morir, quien va al infierno jamás podrá salir, así que Dios no perdona a los que están allí. Igualmente si al cielo sólo pueden entrar los puros, quienes allí están no tienen nada que perdonar, así que cuando Jesús alude a la posibilidad de perdonar o no perdonar pecados en el mundo «venidero», no puede estar refiriéndose al cielo ni al infierno, sino al purgatorio. Lo que está afirmando es que el pecado contra el Espíritu Santo no puede purgarse en el purgatorio, de modo que es un pecado mortal que no tiene perdón.
EL PURGATORIO EN LA TRADICIÓN

La idea del purgatorio ha estado presente en la Iglesia cristiana desde el principio. Son muy pocos los escritos cristianos conservados del siglo primero, fuera de la Biblia, pero desde el siglo segundo ya encontramos múltiples referencias a esta idea de “pena temporal” como preparación para entrar en el cielo. Pondré sólo estos ejemplos como muestra:
«Vi que el lugar que había observado previamente sombrío estaba ahora iluminado, y Dinocrates, con un cuerpo limpio y bien vestido, estaba buscando algo para refrescarse. Y donde había estado la herida, yo vi una cicatriz. Entonces entendí que sido trasladado del lugar del castigo» (La pasión de Perpetua y Felicidad, 2:3-4, siglo II)
«Madre, tú deberías tener esta extranjera Tecla en mi lugar, para que ore por mí, y yo pueda ser transferida a el lugar de los justos.» (Los Hechos de Pablo y Tecla, año 160)
“El creyente a través de gran disciplina se despoja de sus pasiones y pasa a la mansión mejor que la anterior, pasa por el mayor de los tormentos tomando sobre sí el arrepentimiento de las faltas que pudiera haber cometido después de su bautismo. Es torturado entonces todavía más al ver que no ha logrado lo que otros ya han adquirido. Los mayores tormentos son asignados al creyente porque la Justicia de Dios es buena y su bondad es justa y, estos castigos completan el curso de la expiación y purificación de cada uno.” (San Clemente de Alejandría, Stromata, VI:14, siglo II)
«Porque si sobre la base de Cristo has construido no sólo oro y plata sino piedras preciosas (1 Cor. 3); o también madera, caña o paja ¿qué es lo que esperas cuando el alma sea separada del cuerpo? ¿Entrarías al cielo con tu madera y caña y paja y de este modo manchar el reino de Dios? ¿o en razón de estos obstáculos podrías quedarte sin recibir premio por tu oro y plata y piedras preciosas? Ninguno de estos casos es justo. Queda entonces, que serás sometido al fuego que quemará los materiales livianos; para nuestro Dios, a aquellos que pueden comprender las cosas del cielo está llamado el fuego purificador.» «Pero este fuego no consume a la creatura, sino lo que ella ha construido, madera, caña o paja. Es manifiesto que el fuego destruye la madera de nuestras trasgresiones y luego nos devuelve con el premio de nuestras grandes obras.» (Orígenes, Homilías sobre Jeremías: Patrologia Graeca XIII, col. 445, 448, siglo III)
«Una cosa es, cuando es arrojado a prisión, no salir de allí hasta que uno haya pagado el último penique; otra cosa es al mismo tiempo recibir el salario de la fe y el coraje. Una cosa, ser torturado por un largo sufrimiento por los pecados, para ser limpiado y largamente purgado por el fuego; otra haber purgado todos los pecados mediante el sufrimiento. Una cosa es, en fin, estar en suspenso hasta la sentencia de Dios en el día del juicio; otra ser coronado de inmediato por el Señor.» (San Cipriano de Cartago, Epístola 51:20 Para Antonianus acerca de Cornelio y Novaciano, siglo III)
“Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? […] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos.” (San Juan Crisóstomo, Homilia 43, siglo IV)
«purifícame en esta vida y vuélveme tal que ya no necesite de fuego corrector, atendiendo a los que han de salvarse, aunque, no obstante, como a través del fuego. ¿Por qué acontece esto si no es porque edifican aquí sobre el cimiento, leña, paja, heno? Si hubiesen edificado sobre el oro, plata, piedras preciosas, estarían libres de ambas clases de fuego, no sólo de aquel eterno, que ha de atormentar para siempre los impíos, sino también de aquel que corregirá a los que han de salvarse a través del fuego.» (San Agustín, Exposición sobre el salmo 38:2, siglo V)
EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE
Aunque esto ya sea “poco doctrinal” vamos a aludir a un hecho que a veces se comenta en contra del purgatorio: las experiencias cercanas a la muerte (NDE). ¡Nadie nos habla de haber estado en el purgatorio! nos dicen. Casi todo el mundo que muere y vuelve para contarlo nos habla sólo del cielo que han visto, y en pocos casos se habla del infierno. En realidad eso es del todo equivocado. Para empezar, del auténtico infierno no se sale nunca, así que esos escasos relatos del infierno deberían ser en realidad un tipo de purgatorio. Pero hay mucho más. De hecho, mucha gente habla de la experiencia de haber estado en el purgatorio. La clásica y típica experiencia NDE nos habla de que al morir cruzan un túnel hacia la luz, y al llegar allí, a menudo en compañía de un ángel o un familiar, antes de ir al cielo ven pasar toda su vida ante sus ojos. Suelen explicar que es como si en un segundo volvieran a ver su vida entera, pero que se siente como si realmente volvieran a revivir pasivamente todos esos años (de nuevo el conflicto entre tiempo y no-tiempo), y que en ese revivir se llenan de gozo ante sus actos buenos y sufren al recordar sus actos malos. Pues bien, esto suena mucho a un proceso de purificación que implica sufrimiento (mayor cuanto peores hayamos sido), y de hecho coincide con la descripción del purgatorio que nos dio la Santa Catalina de Génova tal como comentamos al principio, que vio el purgatorio como una especie de proceso de psicoanálisis. No es que teológicamente podamos presentar esto como prueba, pero sí como indicio posible, y ciertamente desmontamos la acusación de que las NDE indiquen que el purgatorio no exista, pues es todo lo contrario, son testimonios a favor de su existencia.
Esa sensación de que todo allá es «instantáneo» pero «durando años» la describe muy bien el sevillano Emilio Carrillo:
De inmediato, vi con todo lujo de detalles la vida entera que dejaba atrás. Todos y cada uno de los hechos y circunstancias vividos durante mis 52 años, sin excepción y no de manera parcial o resumida, sino ordenada y pormenorizada. No como una película o sucesión de fotogramas que se proyectaran ante mí, sino íntegramente y de forma simultánea.
Y el examen de la vida aparece descrito muy claramente en la experiencia de Karen T (1982):
Me comunicaron que debía ver mi vida, y luego escenas como un holograma 3D aparecieron. Pude volver a experimentarme en todos estos eventos de mi vida, pero lo más importante fue que pude experimentar el impacto de mis acciones y palabras en las otras personas con las que había interactuado. Ninguno de los espíritus me condenó por aquellas cosas dolorosas que había hecho o no, pero me sentía muy arrepentida y triste por ellos en mi corazón. Todo parecía suceder muy rápidamente, pero tenía un tremendo impacto en mí.
Pero esta misma mujer nos cuenta algo que parece ser el poder de las oraciones por ella:
Y luego me mostraron la imagen de todas las oraciones que decían mi familia y amigos. Cada oración se veía como una nota musical y se unían entre sí y llegaban hasta donde yo estaba. Por último, vi la oración de mi hija formando el último eslabón que nos llegaba. De repente, todos los lazos afectivos con mi esposo y mis hijos se precipitaron hacia mí.
También Karen, en sus respuestas al formulario que le pasaron sobre su NDE, nos explica de la mejor forma que puede esa atemporalidad del Más Allá con estas palabras:
Pregunta: El tiempo ¿parecía acelerarse o ralentizarse?
Respuesta: Todo parecía estar ocurriendo a la vez, o el tiempo se paró; o perdió todo su sentido. Parecía como si estuvieran ocurriendo muchas cosas, pero el tiempo no se estaba moviendo.
Lo más interesante es que Karen afirma ser protestante fundamentalista, de modo que sus creencias previas no pudieron haber originado en su fantasía ideas preconcebidas. Lo que ella vivió durante su tiempo muerta encaja poco con el protestantismo y mucho con el catolicismo. Ella misma afirma que buena parte de su experiencia NDE no encajaba en absoluto con sus creencias previas.
En cualquier libro sobre experiencias cercanas a la muerte podrá encontrar este tipo de narraciones sobre el proceso de purificación. Pero hay que tener mucho cuidado con estas NDE, pues no podemos olvidar que no se trata de almas que llegan a su destino, sino de almas a las que se les ha permitido ver y volver, de modo que si esos relatos describieran efectivamente el purgatorio no estaríamos ante un purgatorio efectivo en donde el alma completa el proceso y queda perfecta, sino ante una especie de visión de la experiencia del purgatorio. Por tanto pueden servirnos para hacernos una idea de cómo podría ser el proceso, pero el proceso real debería ser bastante más intenso y eficaz que el relatado por esta gente vuelta a la vida.
CONCLUSIÓN
Quienes rechazan toda idea teológica que no esté reflejada en la Biblia rechazan también el concepto de purgatorio porque dicen que allí no aparece. Es cierto que la palabra “Purgatorio” no aparece hasta la Edad Media (en torno al 1160). Es también medieval la idea de que el Purgatorio es un lugar y popularmente se le consideraba algo así como un “infierno temporal”. Pero la creencia en un proceso de purificación, designado con diversos nombres, se encuentra bien definido ya desde los primeros escritos de la Iglesia Primitiva, aparece reflejado en diversos pasajes del Nuevo Testamento y también ya en el Antiguo Testamento, pues tanto este estado transicional de purificación como la idea de que los vivos pueden (y deben) rezar por los que en dicho estado se encuentran, es una creencia judía de ahora y siempre. Si al morir el alma fuera directamente al cielo o al infierno, sería inútil tal práctica, pues los que están en el cielo no necesitan nuestra ayuda, y los que van al infierno no tienen ya posibilidad de recibirla. Los católicos romanos no creemos en un tercer “lugar”, sino en una limpieza que normalmente será necesaria para aquellos destinados al cielo.
Los protestantes, al negar el purgatorio y la intercesión de los santos han perdido toda voluntad por mantener la relación entre vivos y muertos, como si la muerte fuera una barrera infranqueable que nos separa de nuestros seres queridos. Esto es un auténtico drama, pues ni pueden solicitar ayuda a los santos del cielo ni los que se purifican allá pueden recibir ayuda de los que aquí siguen. Ellos creen en el poder de la oración de intercesión, pero sólo entre los vivos. Lo más lamentable es que si han rechazado todo esto es porque aseguran que en la Biblia no hay ni rastro de ello, a pesar de que hemos demostrado aquí con diversas citas que sí está claramente en la Biblia, además estar totalmente explícito en la Iglesia primitiva e incluso en el judaísmo.
En cuanto a los ortodoxos, aunque no presentan todos una doctrina unificada, pues diferentes obispos nos dan nociones algo distintas (el problema de no seguir a un solo papa), sí coinciden todos en la idea de que tras la muerte las almas justas pero impuras pasan por una fase de purificación en la cual pueden recibir la ayuda de los vivos. Sus ideas sobre ese mecanismo son un tanto confusas, y sorprende especialmente el recurso a un Juicio que luego se ha de repetir, pero aparte de eso, lo que más sorprende es el empeño que todos muestran en afirmar que ese proceso de purificación de los justos no tiene nada que ver con el purgatorio católico romano. Volvamos a los tres puntos de la doctrina católica sobre el purgatorio:
- Que hay una purificación después de la muerte
- Que esa purificación implica algún tipo de sufrimiento
- Que Dios asiste a quienes pasan por ese trance en respuesta a las acciones de los que están vivos.
Los ortodoxos coinciden en estas tres ideas, así que está claro que los ortodoxos creen en el purgatorio, creen que hay un proceso de purificación, aunque yerren en parte con el mecanismo, así que la obstinación por afirmar que la doctrina del purgatorio católica es un error y que el purgatorio no existe sólo tiene sentido si lo consideramos un empeño por marcar distancias con la Iglesia Católica romana. Una lástima, porque siendo tan parecidos, nosotros nos esforzamos por ver lo mucho que tenemos en común, que es casi todo, en lugar de enfatizar desproporcionadamente lo poquito que nos separa. Nuestro deber es buscar la unión entre las dos iglesias, y quiera Dios que pronto veamos los tiempos en que los ortodoxos busquen esa unión con el mismo anhelo.
Pero no nos marcharemos sin responder a una pregunta que inquieta a muchos ¿Debemos pues temer las penas del purgatorio como a las del infierno? En realidad la pregunta no está bien planteada. Al purgatorio no hay que temerlo, pues no debe ser visto como un castigo temporal, sino como un regalo de Dios. Para entrar en el cielo tenemos que estar limpios, si no no podemos entrar. Por usar un lenguaje de parábolas, como hacía Jesús, podríamos decir que si llegamos al cielo con manchas el portero nos deja fuera, pero Dios nos ha construido unas duchas y una lavandería a las puertas del cielo, así que antes de llamar a la puerta podemos lavarnos, limpiar nuestras ropas, y estar así ya listos para entrar a la gran fiesta. No es un castigo, es un favor, y como todo aquel que “entre” en el purgatorio sabe que se está “adecentando” para poder entrar al cielo, que su salvación es segura, esos padecimientos de purificación no serán vistos con angustia sino con la dicha ya comentada con que los vio Santa Catalina de Génova. Dicha, sí, pero con el sufrimiento de tener que enfrentarse con toda crudeza a todo el mal que en vida hemos causado a los demás y a nosotros mismos, pues la Biblia deja claro que esa purificación causa dolor. Pero el dolor puede ser recibido con agradecimiento e incluso felicidad. Es como quien quiere adelgazar y “sufre” en el gimnasio y con las dietas, pero es un sufrimiento buscado y hasta vivido con ilusión si nos centramos en el resultado esperado.
La Iglesia Católica, pues, tiene razón: El purgatorio existe, es bíblico e implica sufrimiento, pero es un sufrimiento que padeceremos con agradecimiento y dicha y nuestros seres queridos pueden ayudarnos a que sea más llevadero. El purgatorio existe, afortunadamente, y es un regalo de Dios.

El purgatorio no se entiende completamente sin tener en cuenta las indulgencias. Lea sobre esta doctrina aquí.
Fuente:
El purgatorio ¿realidad o mito? | Apología 2.1 (apologia21.com)